lunes, 3 de octubre de 2011

Oktubre, segunda parte



Si, igual que en las malas sagas del cine. Oktubre vuelve. El mes kultesco empieza y espero de mi fiel audiencia (venga Perce sé que estas por ahí) algunas aportaciones.

¿Cómo? ¿Dices que no sabes de que va todo este asunto del Oktubre kultesco? La verdad, no me extraña, por suerte para ambos, dadas mis pocas ganas de explicarlo de nuevo, existe información de sobra en forma de relatos, mini relatos y alguna cosa más en las entradas anteriores del blog bajo la etiqueta "kultesco"(ahí a la derecha).

El año pasado las aportaciones fueron un magnifico relato de Adri (que todavía me provoca pesadillas) y un corto de esa inagotable factoría que es Jota Parro (muy recomendable). Si quieres unirte a ellos y este humilde espíritu del inframundo manda cualquier cosa que se te antoje kultesca durante este mes.

¡Oferta limitada! ¡Vamos gente que se acaba!

miércoles, 27 de julio de 2011

Consunción



Fumo. Como casi todo lo hago sin demasiada convicción. El gris en el asfalto me habla, habla de realidad, de monotonía.

Yo busco más tonalidades, una paleta llena de matices. Pero mis palabras son insuficientes. Entre lo que quiero hacer y lo que hago hay rejas forjadas de intenciones que me ocultan como finalizar correctamente.

La naturaleza habla, haríamos bien en escucharla alguna vez. Yo le presto mi alma a cada oportunidad, a cambio me regala mis tan ansiados colores que no hallo en ninguna otra parte.

Desarrollo una nueva tarea. No tengo preparación y no sé cuánto duraré. Igual que cuando estoy borracho proyecto una imagen distinta, casi opuesta.

Apago el cigarro. ¿Nos consumíamos a la vez?

sábado, 23 de julio de 2011

Invierno 18



La calma precedente desapareció según la vibración proveniente de las estatuas aumentaba. Los aldeanos abandonaron su fascinación y la cambiaron por una furia asesina. En la plaza se desató el caos.

El caballo que parecía una salvación a la vista estaba siendo engullido por la avalancha humana y pronto Urlen y Dindan correrían la misma suerte, algo que aunque amenazador preocupaba al joven guerrero menos que los guardias a los que vio tensando sus arcos.

- ¡Muévete maldito loco! – tiró de Dindan para encumbrarse en el pedestal de las estatuas huyendo de la muchedumbre.
- El movimiento no nos salvará – respondió acompañándolo de una patada en la cara de una anciana que lanzaba sus manos buscando arañarle.
- ¡La charla tampoco! – alzó el escudo para detener dos flechas y resopló clavando la vista en su compañero.

Desde la posición elevada se defendían a patadas y golpes contra los habitantes de Arboleda que hervían en una rabia descontrolada, no parecían seres humanos, más una jauría, los ojos inyectados en sangre, las bocas llenas de espuma. Varios de ellos se colgaron del escudo y fueron atravesados por los proyectiles, eran demasiados y les arrebataron la defensa.

Dindan tuvo una idea recordando un truco del que aún disponía. Extrajo una cajita que sobresalió de la superficie del Canundrón. Tenía una manivela en una de sus caras, comenzó a darle vueltas y resultó que era lo que parecía, una caja de música. Un pequeño prodigio que reprodujo su canción y brilló levemente. Las flechas que iban hacia ellos se detuvieron en el aire y el brillo de la cajita se intensificó.

- ¡Anda! Esa no se la sabían – sonrió satisfecho, demasiado satisfecho.
- Gracias una vez más – Urlen siguió repartiendo mamporros y la vibración de su apoyo siguió in crescendo - ¿Qué hacemos ahora? – tuvo que gritar para resultar audible.
- Hay una interferencia donde debería haber una diferencia – el bardo sudaba dando vueltas a la manivela y parecía luchar mentalmente, hasta tal punto que la furiosa turba le capturó.
- Estamos perdidos – las flechas congeladas en el aire cayeron al suelo y Dindan fue tragado por la masa.
- ¡Destruye el veneno! – fue lo último que se pudo oír mientras lo arrastraban.

La espada familiar Olast refulgió con los escasos rayos de Sol que se filtraban entre las nubes. Defendió su posición mientras pensaba que aquella muerte honorable que soñaba sería solo una quimera y dándole vueltas a aquellas palabras vio entonces la fuente a escasa distancia y su caño, la serpiente. Las ninfas parecían sonreírle a él.

Liberando su brazo entre otros que lo apresaban, resistiendo como solo un Olast podía hacerlo, lanzó un último golpe para cercenar la cabeza de ofidio. El esfuerzo era considerable y sus numerosos atacantes le impedían alcanzar su objetivo, haciéndole lanzar estocadas al aire.

Atravesó a un hombre no mucho mayor que él mismo, quizá el más joven a su alrededor, sintió pena un instante que humedeció sus parpados y con un certero tajo destruyó el caño. El agua brotó con fuerza y la serpiente metálica se retorció al caer al suelo sangrando bronce.

Urlen sonrió al comprobar que todos se habían parado y su alegría duró lo mismo que la fruta madura tarde en alcanzar el suelo desde el árbol, lo mismo que tardó la última flecha en trazar una precisa trayectoria e impactar en su pecho.

Se tambaleó y miró los rostros gemelos de piedra negra contemplándole burlones. Después… sólo oscuridad.

viernes, 22 de julio de 2011



Ahora lo veo. Entiendo la causa última detrás de muchos interrogantes del pasado. Pero nada ha cambiado, sigo teniendo las mismas preguntas.

La duda sigue ahí, donde la dejé. Desde el momento en el que se fracturó la lógica en los cimientos de mi mundo. Cuando me heriste, cuando te mentí, cuando nos quisimos hasta odiarnos.

Ahora recorro los montes alejado de los caminos. No me cruzo con casi nadie. Los que se aventuran negocian bien lo que les sobra a cambio de desesperación. En época de rebajas me siento a contemplar, la apatía me devora.

Es el juego autonecrofágico lo que me repugna, no entender la subsistencia a partir de plástico y metal, de lo sintético. Aumentamos nuestra artificialidad y disfrutamos, aparentemente.

jueves, 21 de julio de 2011

A la puta calle



Los tremendos soplidos de la plataforma elevadora al soltar presión anunciaron que iba a bajar. El hangar había estado tranquilo unos días con su familia huésped en una agradable monotonía, comían, bebían y dormían, era casi el paraíso. Incluso a Ryo (que no lo confesaría a nadie) había empezado a gustarle.

Armand siempre cauto les bajaba las provisiones en una cesta atada a una cuerda, quería tenerles bien atendidos pero se fiaba poco de estar cerca de Ryo y su cuchillo de plástico. Había dedicado mucho tiempo a meditar su decisión y al fin sabía qué hacer.

La plataforma de carga se acopló al suelo con un golpe y Armand se dirigió al centro del hangar. Los cuatro humanos venidos del páramo le esperaban llenos de curiosidad, avanzaba hacia ellos pulcramente vestido y peinado como siempre y cargaba con dos bolsas de tela. Les miró nervioso y tragó saliva, le tranquilizó un poco pensar en la pistola de plasma bajo su bata blanca.

- Perdonad por el tiempo que os he tenido aquí abajo.
- Todo está bien – Sofía habló amablemente a aquél hombre que les había dado semanas de confort y comida abundante – todos estamos… mejor que bien – sonrió, todo lo contrario a su cuñado Ryo, de pie junto a ella.
- Si si, perdonado. ¿Qué va a pasar ahora? – el cuchillo que había fabricado con aquel plástico estaba oculto en su manga y se lo clavaría a Armand en el cuello de no ser por las mujeres allí presentes.
- Ahora os iréis – lanzó las bolsas de tela delante de la familia, dentro estaban sus armas y provisiones – habéis estado seguros un tiempo y mis recursos no son infinitos, así que ahora os iréis – su tono frio y maquinal chocó a Kira que siempre fantasiosa pensaba que aquel benefactor misterioso sería distinto.
- ¿Por qué no nos quedamos aquí abajo? – nunca había visto a su madre y su tío tan tranquilos y felices y no quería perderlo – Por favor, deja que nos quedemos, no te molestaremos nada y… y buscaremos más comida y agua para nosotros – hablaba rápida y atropelladamente, ni sabía lo que decía.
- ¡Kira! – Sofía la reprendió aunque Kira estaba robándole las palabras de la boca, no se le escapaba el bien que aquel lugar había hecho a su familia.
- No necesitamos nada de este tío, vámonos de aquí – Ryo abrió las bolsas y al ver el contenido su cara de sorpresa fue mayúscula.
- Si, te devuelvo tu pistola con munición adicional, así, si quieres, en vez de apuñalarme podrías dispararme por la espalda – la acusación hizo arder a Ryo y las miradas de los dos hombres chocaron un instante que pareció eterno, el gesto pétreo de Armand no cambió, aguantando el pulso con sus ojos medio cerrados, amenazante.

Por la fuerza del enfado y el orgullo herido Ryo cogió las armas para marcharse y dejó las provisiones a Kira y Sofía que las recogían con cara de resignación.

Menut, que en todo momento había estado enganchada a la pierna de su hermana se adelantó a curiosear en los inesperados regalos y reconoció algo… Sacó un sobrecito transparente dentro del que estaba inmortalizada su flor azul, la niña se rió divertida con esa risa sana de la inocencia, con el regalo en la mano se acercó corriendo a Armand. Volvió a ofrecérsela como lo hiciera la vez anterior.

- Es tuya – una sonrisa acudió a sus labios al ver la cara de Menut.
- ¡Tu-ya! – fue la primera palabra que la niña había pronunciado alguna vez, al menos que su familia hubiese oído, ellos no habían podido dedicarse a ella en ese sentido, la supervivencia siempre prevalecía sobre lo demás.

Armand sintió lagrimas brotar al recoger la flor.

lunes, 11 de julio de 2011

Invierno 17



Una plaza abarrotada recibió a los dos fugitivos que huían de la sala de justicia envueltos en místicos ritmos. Los aldeanos se detenían y cerraban los ojos para sentir la melodía, cuantos más se acercaban a averiguar la causa del tumulto más caían en el mismo trance.

Avanzaban entre la marea de gentes envejecidas y Urlen volvió a sentir un velo de irrealidad que cubría todo a su alrededor, le pareció que se movía entre espectros. Intentaban llegar a un caballo atado junto a lo que iba a ser escenario de su ahorcamiento, pertenecía a un guardia y esperaba debidamente ensillado.

Mientras Dindan buceaba en su concentraciónsu compañero le guiaba y les abría paso cuidadosamente. Estaban muy cerca del caballo, de una salida, Urlen casi podía notar el tacto del cuero en la punta de sus dedos.

Hubo un fogonazo de tal intensidad que cegó a todos los presentes, la música cesó.

A tan solo unos metros de nuestra pareja se reveló abrumadora una singular fuente. Todos la miraron sorprendidos por su aparición, el efecto se prolongó unos instantes en los que Urlen no había detenido su impulso de huida.

El músico volvió a lo suyo, sin embargo en esta ocasión el Canundrón no produjo música, tan solo un sonido a mecanismos atascados y un ruido como de cencerro aplastado. La fuente reaccionó de forma inesperada al intento de Dindan de accionar su mágico instrumento, vibró igual que un diapasón gigante, sacudiendo el aire mismo. El musgo y las plantas se desprendieron de la piedra y lo que les había parecido un arbusto moldeado magistralmente reveló su forma verdadera.

Bajo el verdor aparecieron dos estatuas gemelas tan bien realizadas que en toda la región no podría haber otras que les hicieran sombra. Eran dos ninfas en una pose simétrica, con los brazos extendidos hacia delante sujetaban un báculo que servía como caño para el agua y eje de la escena, miraban orgullosas con amplias sonrisas hacia delante, ofreciendo el chorro fresco y vivo a la pila donde caía describiendo un arco.

La fuente estaba tallada enteramente de un bloque de piedra negra volcánica haciéndola más rara si cabía, una parte era metálica, el bastón que sostenían las bellas hadas en cueros. El caño dorado culminaba en una cabeza serpentina con las fauces abiertas mostrando unos colmillos espeluznantes.

Urlen se fijó en un labriego próximo que le observaba cada vez más despierto y acercándose a donde se encontraban, así que le machacó la cara con el puño.

- ¿Qué está pasando? ¿Por qué la caja no suena?
- Estamos seriamente jodidos bárbaro cabeza hueca – el Canundrón seguía sin sonar y Dindan contempló la fuente con seriedad, un gesto que su compañero no podía ubicar en esa cara.

sábado, 9 de julio de 2011

73

Los gritos rasgan el aire llegando hasta la cúpula del cielo, el aire se llena del olor del miedo y la muerte. No hay monstruos de fantasía caminando por las calles, solo el horrendo dios de la realidad. Los cadáveres se apilan, los animales rapiñan las miserias de la civilización, deformes, contaminados.

El gran hombre y sus iguales ríen en colmenas que no saben fueron construidas a su alrededor antes de que su especie fuera tal. Ignoran los gritos, aunque pueden oírse claramente llenando cada milímetro del espacio y continúan cenando sin modales, las salsas y las grasas de la comida manchando sus ricas ropas, sin importarles el repugnante olor de los cadáveres apilados sobre los muros de la mansión.

¿Lugar? Muchos en este mundo. ¿Tiempo? Ahora mismo.

En las entrañas de la Tierra, en su palacio de metal y carne, infierno dirían algunos,
los males de la humanidad se ríen, la risa, como el llanto, no significan nada para ellos, pero se ríen. Y podría ser que fuesen reales o podrían ser solo nuestros propios demonios, los peores, nosotros mismos.

domingo, 1 de mayo de 2011

Invierno 16



La caja se abrió y sus runas entrelazadas y mosaicos de botones multicolor revelaron nuevamente su esplendor. Los dedos de su dueño pasaron por su trabajada y compleja superficie, habían estado separados unas pocas horas pero la añoranza acumulada era mucha.

Los toques del bardo eran precisos y del Canundrón surgió una melodía triste y solemne. La música captó la atención de los presentes que interrumpieron toda otra actividad para atender extasiados.

El acompañante del intérprete estaba observándolo todo desde el destrozado tragaluz en el techo del Gran Salón. Ataba una cuerda en la viga bajo él con la intención de acercarse al mágico influjo del Canundrón, del que temía su posible influencia, no tanto como temía la creciente lluvia de flechas que caía cada vez más cerca.

Según se descolgaba por la soga advirtió la avanzada edad de los ocupantes de la sala, en ese instante cayó en la cuenta, no había visto un niño desde que entraran en Arboleda. El público de tan peculiar actuación estaba maravillado e inmóvil, no así los guardias que abrieron las recias puertas de una patada, armas en ristre.

Urlen lo vio claro, se impulsó con ambas piernas y balanceándose en la cuerda cayó sobre ellos, reduciéndolos a golpes de inmediato. Acto seguido fue hacia un concentrado Dindan que no se había detenido.

- ¡Dindan! – le llamó mientras se le aproximaba, al parecer sin éxito - ¡Oye!
- Acrobacia, brutalidad, estas empezando a gustarme bárbaro sureño – la sonrisa burlona de músico volvió como sus molestas observaciones igual que si nunca hubieran desaparecido.
- Tenemos que irnos de aquí, ya – le apremió asiéndole del brazo mientras tocaba botones y cuerdas.
- ¡Au! ¡Cabrón! ¡Espera! – usó las cintas de cuero del Canundrón y se lo colgó al pecho para tocar mientras andaba, se acercó a Urlen y le olisqueó con cara de extrañeza - ¿A qué carajo hueles?
- Cállate.

domingo, 24 de abril de 2011

Secretos televisados



Uno de los monitores de seguridad centelleaba y mostraba sólo nieve gris e interferencias. La mayoría de las pantallas controlaban el perímetro alrededor de la vivienda. Un aviso apareció superpuesto en la lectura que Armand llevaba a cabo en su ordenador, se levantó y apagó el monitor que fallaba.

Hacía una semana que había alojado a la familia errante en el hangar de vehículos, una zona sucia pero adecuada por el momento. Su principal preocupación era cuanto iba a durar ese “momento”. Estaba leyendo algunas de las teorías de duplicación genética de su padre, siempre más interesado por las cosas vivas que él, un apasionado de las máquinas.

El texto de su progenitor era de carácter práctico, formaba parte del proyecto para reiniciar la especie humana que llevaba gestándose desde tiempos del abuelo de Armand, en aquella generación que nació de un mundo asolado por la guerra nuclear.

La esperanza de llevar a término aquel plan había disminuido rápidamente con los años. Las mujeres habían muerto o desaparecido y con ellas las posibilidades de reproducción. Y ahí se encontraba el dilema, en aquel hangar había tres mujeres, en el único lugar del mundo donde eso podría significar la salvación de la humanidad.

Para Armand era doblemente difícil abrirles las puertas a su casa, sabía lo importante que podía ser aquello, pero eran (aparte de su padre) toda la humanidad que conocía y no sabía si merecían su confianza. Los escritos acumulados también contenían una guía, una ayuda para tratar con personas si se daba el raro caso de encontrarlas.

“Hijo mío, en nuestra historia la confianza siempre fue una gran preocupación, un delicado bien. Ya te he hablado en otras ocasiones de los diferentes perfiles psicológicos que este mundo nuestro podría traer ante tu puerta. Debes observar y decidir. Recuerda que la falta de confianza a gran escala ya secó la Tierra una vez.”

Con estas palabras en la cabeza fijó su atención en una de las cámaras que enfocaban al interior de la casa, concretamente al hangar. Allí un Ryo claramente nervioso afilaba un largo pedazo de plástico contra una pared. El paso del tiempo le estaba impacientando.

viernes, 22 de abril de 2011

Invierno 15



El despacho del alguacil estaba cubierto de una fina capa de polvo. Armas y escudos colgados en la pared recordaban los días jóvenes y llenos de aventura. En el escritorio esperaban documentos de diversa naturaleza legal y Jort debería estarlos revisando como primera tarea de la jornada. Pero el jefe había interrumpido sus obligaciones por una improvisada siesta.

Algo en sus sueños le sobresaltó y abrió un ojo al compás de un ronquido. En la calle frente a su cuartel vio a un hombre joven que se pertrechaba a toda velocidad. Estaba equipándose con una bonita armadura que por un momento inspiró al alguacil recordándole algo del pasado, con ese recuerdo se quedó dormido de nuevo.

Tras haber escapado de la prisión y recuperado su equipo a Urlen ya solo le quedaba seguir improvisando viendo que no le había ido mal. Tuvo sus dudas al recuperar sus cosas, no quería sobrecargarse y había dejado su arco y el carcaj de flechas a favor de recoger el resto de los bultos y poder correr ligero.

Y corriendo llegaba junto al Gran Salón, de su interior procedía un clamor airado. Podía imaginar quién era el responsable.

Trepó todo lo rápido que pudo, encaramándose al edificio, algunos centinelas le habían divisado y el silbar de flechas lanzadas en su dirección sonaba amenazante.

Se apresuró en recorrer el techado, más proyectiles le persiguieron, una saeta rebotó contra la hombrera de su armadura.

Se encontraba frente a una claraboya, bajo él pudo ver el juicio, o su final en realidad, el gobernante dio órdenes a los guardias y Urlen desenvolvió uno de los paquetes que había recuperado de las estancias de Jort, era el Canundrón, objeto que le transmitía un enorme respeto. Contempló con admiración el instrumento y acarició su madera oscura.

De una patada reventó el tragaluz, los ocupantes del Salón se cubrieron de los cristales y miraron arriba. El caballero estaba allí y captó la atención del músico contundentemente.

- ¡Dindan! – Voceó.

Este levantó la vista y recogió el Canundrón en su caída. Abrazó la caja y la besó, como haría con una mascota perdida, deformando este amoroso gesto una mueca siniestra acudió a sus rasgos y con el instrumento abierto mostrando su interior avanzó triunfante al centro de la escena.

sábado, 16 de abril de 2011

Fuerte y débil a la vez



La silueta de brillo metálico de la máquina de guerra se dibujaba contra la intensa luz que proyectaban los focos que tenía detrás. Para los cuatro que estaban al lado del enorme portón recién abierto el golpe de luz había sido cegador y ahora que volvían a ver no podían creer a sus ojos.

El hombre mecánico avanzó con pesados pasos y a medida que salía de la luz parecía aumentar de tamaño, impresionando aún más a la indefensa familia.

Cuando la poderosa pierna hidráulica salió del garaje levantó algo de polvo en el suelo y Ryo, sin pensarlo siquiera, apuntó con su arma a la máquina.

- Emm… ¿Hola?

Armand en todo momento había estado intentando manejar aquel cacharro para que se moviera ágil y no había estado muy atento al exterior. En la pantalla principal que tenía frente a la cara saltaron alarmas y símbolos rojos rodeando un objeto, la pistola.

La armadura se movió con inesperada rapidez al compás de zumbidos y deslizamientos maquinales. Su brazo izquierdo desplegó un accesorio plegado en el antebrazo, era una vara con una “U” en su extremo, la semiautomática voló de la mano de un estupefacto Ryo para encontrarse con las puntas de la “U”. Unos segundos después también un cuchillo de caza había abandonado su funda en los pantalones de Sofía y estaba retenido por el artefacto.

La tensión de la escena tenía a los adultos muy distraídos, así que Menut dio rienda suelta a su habitual (y tan natural) curiosidad juguetona y se separó de su hermana Kira.

El brazo derecho del exoesqueleto había desplegado dos ametralladoras rotatorias de múltiples tubos que giraban amenazantes y apuntaban a Ryo y Sofía.

Uno de los sensores indicó al ocupante del vehículo que algo se le movía por debajo, un animal pequeño. Abrió el visor en la panza de la armadura y vió a la niña que correteaba alrededor suyo. Las ametralladoras se detuvieron y volvieron a plegarse. Una trampilla se abrió liberando unos peldaños metálicos.

El hombre envuelto en una bata blanca de tela y un traje inmaculado que salió del engendro mecánico sorprendió a casi todos los presentes, no así a Menut, que le miraba divertida.

La pequeña se acercó a aquel extraño con descuidada simpatía y extendió su mano ofreciéndole una flor arrugada y marchita que conservaba un intenso tono azul.

Aunque nadie lo sabía era la primera vez que alguien regalaba algo a Armand y era también la primera vez que él devolvía una sonrisa.

lunes, 11 de abril de 2011

Escudos



Yo no ataco, me toca defenderme. Ofrezco preguntas, recibo rechazo.

Mis argumentos no te gustan, los tuyos son un puñetazo. No necesitamos apoyarnos en un libro para justificarnos, o no deberíamos necesitarlo. Y no le doy más valor a leer en su portada “Cervantes”, “Libro de la verdad absoluta” o “Aprenda ofimática”, solo es algo que dijo otro.

Si quieres darle valor a un invento haz lo que yo, mira a la ropa interior o los grifos.

No hace falta que nos encontremos, tampoco que nos escondamos.

domingo, 10 de abril de 2011

Invierno 14



Urlen Olast nunca había dormido en una prisión. Ningún miembro de la familia Olast había dado con sus huesos en una mazmorra. Más increíble era que sus captores no habían respetado un escudo de sobra conocido y admirado, pero estaba alejado de las tierras de Olast, que vieran nacer su apellido de un humilde origen.

La noche se había cernido sobre Arboleda y con el amanecer del nuevo día los preparativos para una ejecución se hacían evidentes. El patíbulo estaba siendo colocado en la plaza frente al Gran Salón y el caballero tuvo que preguntarse si le reservaban un turno en la horca al igual que a Dindan.

La puerta se abrió y los carceleros empujaron con el pie un plato de sopa hirviente dentro de la celda. Rieron por lo bajo y Urlen se acercó casi arrastrándose al plato, después escupió dentro.

Ellos sacaron sus porras dispuestos a matar a palos a aquel noble pomposo que no conocía su posición actual.

Olast era el nombre de su tatarabuelo, no era el auténtico, se lo impuso su señor y significaba “Valiente”. Su tatarabuelo Olast fue un soldado enviado a defender las tierras de su señor, como tantos. En una batalla, especialmente sangrienta, sólo Olast sobrevivió en su bando, frente a él quedaban diez soldados que se creían victoriosos y su amo que ya paladeaba la victoria frente a su oponente. En un descuido del grupo se lanzó sobre ellos, la espada se mellaba contra los huesos y las armaduras, pero Olast no se detuvo. Finalmente quedaban el noble y él.

La espada estaba rota y clavada en las entrañas del último soldado. Así que aquel miliciano, aquel hombre valiente, se lanzó contra las armas del caballero y le machacó a puñetazos.

Fue como hicieron a Olast señor de las tierras que había defendido y su leyenda se extendió más allá de estas. Su señor forjó una espada para él de tal dureza que nunca se quebrase para que sangre tan pura no luchase como las bestias nunca más.

De vuelta al tataranieto, algunos rasgos eran innegablemente heredables. La porra de uno de los carceleros iba hacia él y la detuvo en mitad de la trayectoria, asiéndola fuertemente con la mano sin dejarla ir. Se incorporó rápidamente y con la mano restante envió la sopa hirviente a la cara del otro guardia.

El que sostenía la porra era la viva imagen de la incredulidad. Urlen le sonrió con satisfacción. Pronto iba a descubrir que la casa de Olast no había perdido destreza a manos desnudas.

sábado, 9 de abril de 2011

Espadas



Navegamos por aguas oscuras agrupados como podemos. Recorremos la distancia necesaria. Por la emoción se aprietan puños y dientes.

El campo de batalla ve disiparse la bruma de la mañana. Sea en un bar, la calle o en un salón plantamos cara.

Chocan las divisiones de nuestros ejércitos y en el fragor de la lucha nos damos cuenta de lo iguales que somos a nuestros oponentes. Sólo los supervivientes llegan a saber que todo ha sido un error.

viernes, 8 de abril de 2011

¡Crack!



Las tuercas crujían a medida que Armand las apretaba. Entre los cacharros militares que su padre había acumulado después de la guerra algunos funcionaban y podían ser muy útiles en el mundo que había fuera de aquellos seguros muros.

Todo dependía del uso que su trastornado dueño quisiera darles. En aquella situación particular estaba exagerando un poco.

El panel frontal de la armadura de combate estaba abierto y dejaba al descubierto un cubículo que recordaba a la cabina de un tanque, ajustada para un solo tripulante. Los cuadros de mandos resplandecían repletos de botones de colores, en algunos la iluminación fallaba, pero en líneas generales aquel tanque unipersonal estaba intacto.

Al otro lado del grueso portón de acero reforzado había una familia. Un hombre y tres mujeres, una de ellas una niña. Las cámaras mostraban la imagen de las cuatro personas que se habían refugiado frente a la entrada inferior de la casa. Los chalets adosados que podían verse desde la distancia estaban muchos metros alejados del terreno circundante, elevados entre vigas retorcidas, asfalto pulverizado y toneladas de restos del viejo mundo.

Ryo era un hombre que había visto mucho y lógicamente sabía buscarse la vida. Descubrió rápidamente el acceso inferior al refugio, una cueva hábilmente oculta bajo la maraña de acero y cables. Descubrir cómo abrir el portón… era otra cosa.

Se habían alojado allí atraídos por la sensación de seguridad extraída de lo que las chicas les habían contado (algo que Armand imaginaba iba a pasar) y también por curiosidad, pero su cantidad de alimentos no les permitiría curiosear mucho más.

- Ryo. – la voz de Sofía no podía esconder el cansancio.
- Dime. – el hombre prestaba poca atención mientras intentaba desmontar un teclado con un cuchillo.
- El agua se acabará si no vamos a buscar más.
- Lo sé – se volvió y la miró directamente – aquí dentro podría haber agua, incluso una de esas máquinas de agua. ¿Puedes imaginarlo? – sonrió emocionado y febril.
- Podría no haber nada – observó a sus hijas que jugaban a escasos metros y de nuevo el portón – o peor, carroñeros con armas sedientos de sangre.
- Yo me ocupare de ellos. – siguió con el teclado.
- ¿Cómo? No puedes enfrentarte a todos – le arrebató la pistola del cinturón - ¿Con una pistola piensas defendernos de rifles de asalto?
- ¡Sofía! – recuperó el arma con brusquedad – Ya vale. – las chicas se habían callado – Vas a asustarlas. – susurró.

Rompiendo el silencio y casi los tímpanos de los presentes, la puerta se abrió. Los cuatro se taparon instintivamente los oídos. Sus caras de sorpresa fueron igualmente acordes cuando la lámina de acero terminó de esconderse en el techo con aquel chirrido colosal.

miércoles, 6 de abril de 2011

Invierno 13



La espera estaba matando a Urlen, se notaba marchitar encerrado allí, como un vulgar criminal. Los carceleros al otro lado de la puerta se divertían vociferando zafiedades y esto dio una idea al caballero cautivo.

- ¡Callaos de una vez! ¡Maldita escoria!
- ¿Qué nos ha llamado? ¿Escoria? ¡Ja, ja, ja! – el primero de ellos se rió al mirarle a través de los barrotes.
- Escoria significa basura, idiota. Nos llama mierdas – el segundo era un poco más listo, se pasó la mano por el mentón mugriento – Tu… ¿eres noble verdad?
- Así es.
- Pues ten la boca cerrada si no quieres que se nos pase por alto cuando te matemos para evitar que huyas.
- Hablas como una rata cobarde. Tú deberías estar a este lado de los barrotes, no alguien noble e inocente.
- No hay nobles en Arboleda, aunque se los respete, pero estas muy lejos del amparo de tu casa.
- De no ser así… alguien con un aspecto que no desmiente lo que dice su olor – le miró – sería sacrificado como cualquier bestia enferma – remarcó su desprecio esperando inflamar el odio en sus captores.
- Yo te daré sacrificio.

La puerta se abrió y Urlen tuvo que esconder su sonrisa con el saco que usaba de manta, simulando miedo y acobardamiento.

Los guardias le golpearon con puños y pies hasta resoplar de cansancio, no usaron sus porras, querían humillar al preso y cuando la sangre que manaba de sus heridas les sació orinaron sobre él.

Después se fueron, regalando insultos a su víctima.

En la oscuridad. Bajo los golpes, la sangre y el orín, Urlen seguía sonriendo.

martes, 5 de abril de 2011

La Babilonia demócrata



El viejo reino no tiene gobierno. Las sanguijuelas trajeadas se afanan en consolidar la apatía, negociándola y convirtiéndola en objeto de culto durante más de doscientas jornadas, algunas vidas no duran tanto, algo que no preocupa en el viejo reino.

Enfocamos nuestra atención cada vez más arriba, clamando por respuestas y en nuestras manos vacías cae lo que nos hemos ganado, un vomito espeso salido de un empacho egoísta y voraz.

Para mantenernos atentos surge el fantasma de los reyes pasados como marionetas agitadas por sus herederos. Lo niegan pero se les llena la boca de saliva codiciosa en recuerdo del trono y el cetro.

Donde dicen tener su ejemplo de unión la variedad rompe las estructuras. Miran abochornados la Meca de su tiranía sin apreciar la maravilla que están viendo y lloriquean ante la victoria de la diversidad cultural, como si hubieran podido evitarlo.

Todos los cuervos del mundo anidan maletín en mano sobre los palacios, otrora gloriosos, esperan a un festín que no va a suceder. Dara igual, cuando devoren hasta los cimientos se comerán los unos a los otros, al menos es un consuelo.

miércoles, 30 de marzo de 2011

Invierno 12



La sala de juicios y audiencias había albergado a muchos grandes hombres, exploradores y magistrados, valerosos alguaciles y generaciones sucesivas de guardias locales.

El edificio era una sola nave, un “Gran Salón” que en tiempos pasados vivió noches de frenesí por el éxito en la caza o la conquista. Ahora contenía el sillón del gobernador, flanqueado por dos estrados semicirculares de seis plazas cada uno, destinados a los ancianos de la ciudad. La recia madera cubierta de barnices oscuros usados en un fiel reflejo de la artesanía local.

El gobernador, los ancianos y una veintena de abotargados soldados ocupaban el área central, transmitiendo tedio y sopor, con un ambiente incomodo acrecentado por la ausencia de conversaciones. Un buen olfato detectaría el miedo apestando aquella atmosfera aparentemente apática.

Las puertas del extremo sur se abrieron violentamente y Dindan apareció arrastrado por su escolta que contenía una pequeña revuelta en la cuesta de entrada al Gran Salón. Le colocaron frente al asiento del gobernante con un estrado de ancianos a cada lado, así daba igual a donde encarase el acusado lo atravesaban miradas y gestos inquisitorios.

Los soldados le dejaron en el centro de la sala, donde los cuchicheos le rodeaban. Se mantenía en pie vagamente, con los miembros colgando como los de una marioneta inanimada y para intranquilizar aún más a los pueblerinos, los observaba con la cabeza ladeada en una de sus habituales poses dementes.

El gobernador silenció los murmullos que recorrían el salón con un golpe de su puño sobre el reposabrazos de su sillón.

- ¡Callad! ¡Silencio! - rugió – No quiero gimoteos propios de ancianas en un día como este. Hoy tenemos la oportunidad de juzgar a un criminal celebre, al que creíamos en las garras de la muerte. El asesino de un héroe, con el peor delito de sangre en su conciencia, el parricidio. Si las pruebas lo permiten hoy condenaremos a este infame a morir en la horca.

Estas últimas palabras las expelió fuera de su boca acompañadas de un buen número de salivazos.

domingo, 27 de marzo de 2011

Todo salta por los aires.

Corro. Salto por una ventana rompiendo el cristal. Caída a plomo unos cuatro pisos. Antes de tocar el suelo despego en un vuelvo rápido y triunfante, una trayectoria preciosa.

Atravieso las tormentas con la respiración acelerada, abrumado por la emoción y la belleza. Bajo en picado, caigo desde las nubes y el indicador pasa de “hermoso” a “vertiginoso”.

Es una caída que se hace eterna. Decelero antes de tocar suelo y las nubes se abren. La luz me ciega mire a donde mire y avanzo sin saber a dónde.

No veo a la multitud que murmulla y me sigue, pero tengo la certeza de que debo huir de ellos. Su ansia por atraparme es agobiante y calienta la atmosfera a mi alrededor.

Recupero la vista y ya no estoy agobiado. Estoy solo en mitad de una marea humana, pero nadie parece verme. El impulso vuelve y unas alas invisibles me empujan hacia el cielo.

Ahora es el terreno el que hierve y se retuerce para atraparme, para impedir que me aleje, pero yo solo quiero irme. Volar y no volver.

miércoles, 23 de marzo de 2011

Caminos cruzados



Es sorprendente cómo funciona la vida. Puede ser aplastada, exterminada y casi borrada, pero con una fortaleza infinita resurgirá aunque no se la espere.

Menut era una niña e ignoraba tan grandes conceptos y le daban igual. En aquel momento solo le importaban los colores vivos de una flor que asomaba entre las piedras frente a la entrada del edificio verde. En otros tiempos se habría pensado que aquello era una casualidad porque ambas (niña y flor) eran escasas en ese momento por todo el planeta.

La hermana mayor de Menut, Kira, estaba vigilándola mientras pintaba en un cuaderno con sus tizas y ceras de colores. El cuaderno ya había sido usado para tomar apuntes en su totalidad, pero era el papel más limpio e intacto que podía conseguir para colorear y para ella era un tesoro.

Definitivamente la vida sobrevivía incluso en aquel lugar baldío. Y como siempre, la vida y la supervivencia tomaban formas diversas.

Unos ojos observaban a la niña que acariciaba los pétalos azules con delicadeza, un largo hocico olisqueaba su aroma tierno y fresco en el aire. De lo que fuera una alcantarilla surgió una rata gigante, seguida por otra, atraídas por el hambre. Eran de las pocas criaturas que habían conseguido estabilidad allí, mutadas y adaptadas al medio eran un ejemplo de supervivencia en un medio hostil, habían mejorado desde las alimañas que fueron sus antepasadas a un escalón superior, el de los súper-depredadores.

Sin apenas enemigos naturales y del tamaño de un hombre. Dominaban el páramo bajo la superficie y en ocasiones sobre ella. A aquellas criaturas de Dios les había ido mejor que a otras y a diferencia de la niña y la flor no eran tan escasas y su creciente número podía despedazar a ambas en segundos.

Cuando los ojos de la adolescente se posaron sobre su hermana no pudo evitar una sonrisa, estaba adorable, entonces vio a las ratas y se le cortó la respiración, ni siquiera sospechaba que hubiera una guarida de esos monstruos cerca. Se acercó a la pequeña con todo el cuidado que pudo y las bestias le miraron a los ojos.

Con el miedo golpeándole el pecho recogió a su hermana que arrancó la flor y se la llevó en la mano, abrazó contra su pecho a la niña para que no viera las ratas, las dos más próximas silbaron y erizaron una cresta de pelos y púas blancas, listas para atacar.

Kira temía a una muerte horrible y un horrible estruendo pareció confirmárselo. De haber sabido lo que eran los dragones habría imaginado uno regurgitando fuego.

Las balas de alto calibre iban destrozando a las alimañas gigantes dejándolo todo cubierto más que de sangre, de un polvo rojo. Las chicas corrieron al interior del edificio perseguidas por aquel zumbido infernal, aquel… traqueteo mecánico gigante que solo podía ser lo que su madre llamaba “Dios”.

Aquella fuerza invisible, siguió enviando sus proyectiles a alta velocidad, desmoronando rápidamente los túneles superficiales de los que salían aquellas criaturas que Armand odiaba.

Se reía a carcajadas.

- ¡Ahí tenéis jodida basura! ¿Quién es el amo? ¡Yo soy el amo! ¡Morid hijas de puta!

Siguió riéndose mientras buscaba nuevos blancos en la nube de polvo resultante. Ni una sola rata había sobrevivido. A través del zoom digital de su buscador de objetivos congeló la imagen de como las dos humanas miraban en su dirección desde una ventana del edificio verde.

- Mierda.

martes, 22 de marzo de 2011

Parón



Debo decir que es una época estéril, para mí y por lo que se ve, también en general.

No hay más que mirar por la ventana al mundo que tengas a mano, una imagen valdrá más que mil palabras. Hay encendidas multitud de hogueras en lugares distintos y aún sin verlas, nos quemamos.

Será una característica de los tiempos modernos, pero consiguen ser muy desalentadores. Guerras nucleares amenazan estallar por las mismas absurdeces que un conflicto doméstico y hay claros paralelismos en cómo solucionarlo y porqué no va a hacerlo.

Hay que ser constructivos, pero a todos nos cuesta. Es difícil que los demás lleguen a odiarnos o querernos tanto como lo hacemos nosotros mismos, el nivel de autoexigencia que nos fijamos en ese aspecto es altísimo, para bien o para mal.

Los únicos que no se impregnan de una empatía tan básica o están vacíos como un cascaron o son sencillamente idiotas. Los primeros consiguen producirme una mezcla de admiración y temor que me cuesta explicar.

Mientras la turba se arremolina los recursos se acaban. Decido seguir mirando al campo desde el balcón de mi casa con esta mirada vacía.

lunes, 17 de enero de 2011

El centro del mundo



Desde la azotea se tenía una perspectiva amplia y desoladora de las ruinas. Había sido una gran ciudad rebosante de vida, cuando cayeron las bombas se convirtió en un cementerio, como el resto del planeta.

Pero aquel edificio alto y robusto, aquella estructura solida y de aspecto futurista resistía incólume. Lógico, estaba diseñada con ese propósito.

En la cúspide de su torre principal se encontraba su único morador. Walter se apoyaba cansadamente con su brazo izquierdo contra las cristaleras de la cara norte mientras en su mano derecha agarraba un vaso de vino. Llevaba viviendo en soledad los últimos quince años, desde que muriera el ultimo oficial al mando de la estación. Ahora sólo quedaba él, un operario de mantenimiento de más de sesenta años, agotado, solitario y deprimido. Esa noche particular también se encontraba un poco borracho.

El caso es que faltaba una semana para concluir la misión y como era la que era, necesitaba beber para mentalizarse. Aquel complejo ostentaba el mayor poder de destrucción concebido por el hombre, el control de una última lluvia nuclear desde el espacio. La misión, originalmente debía evaluarla todo un equipo de expertos, pero las cosas no salieron como estaba planeado y todo lo que quedaba ahora eran Walter y un botón rojo parpadeante.

Su superior se lo había dejado claro:

- Termina la misión Walter, sabes lo necesario.
- Si, sargento, lo haré – la tos del sargento era violenta y salpicaba sangre.
- Los enemigos no deben rearmarse, perdimos, pero no caeremos solos, esos cabrones… - la tos le interrumpió – esos cabrones sabrán lo que nos hicieron cuando también sus países ardan – una sonrisa se dibujó en sus labios.
- Pero… señor y… ¿Y si hubo supervivientes en nuestro bando? ¿No mataríamos a todo el mundo? ¿Señor?

Ese momento fue en el que Walter se convirtió en todo lo que quedaba de su ejercito y de los miles de millones invertidos en programas de defensa.

Y aunque hacía ya diez años que debería haber acabado su misión algo pasaba siempre aquella semana. Se emborrachaba y al día siguiente se despertaba con una sensación que le impedía pulsar el botón.

Se recostó en el puesto de mando, llorando sin demasiada pasión. Se limpió las lágrimas con la manga de su viejo uniforme y contempló su alrededor, la ciudad, sobre la que empezaba a nevar. Bebió otro trago de vino y luego abrió otra botella.

La sala de control solo conservaba encendidos los sistemas imprescindibles, entre ellos el calendario y el reloj, que inutilmente anunciaban el paso de las horas y los días. El reloj marcaba las 23:59 cuando Walter comenzó a rellenar su vaso, emitió unos zumbidos y dio paso a las 00:00. La voz metálica del ordenador anunció el nuevo día: “Es veinticinco de Diciembre, ¡feliz navidad soldados!”

Miró al fondo del vaso mientras lo apuraba y recordó cómo le gustaba a su madre la navidad, las luces de colores prendidas en los arboles, los centros comerciales rebosantes de ilusiones que aún podían cumplirse…

Solo la había disfrutado mientras ella vivía, aun sabiendo que le producía esa alegría melancólica que él casi sentía en ese mismo momento.

“Los recuerdos, es lo único que salvaría” pensó. Con algunas lágrimas cayéndole al bigote cambió el gesto y sonrió. Bajó el cobertor del botón rojo y volvió la vista a la nevada.

- Nuestros enemigos pueden esperar un año más.