jueves, 21 de julio de 2011

A la puta calle



Los tremendos soplidos de la plataforma elevadora al soltar presión anunciaron que iba a bajar. El hangar había estado tranquilo unos días con su familia huésped en una agradable monotonía, comían, bebían y dormían, era casi el paraíso. Incluso a Ryo (que no lo confesaría a nadie) había empezado a gustarle.

Armand siempre cauto les bajaba las provisiones en una cesta atada a una cuerda, quería tenerles bien atendidos pero se fiaba poco de estar cerca de Ryo y su cuchillo de plástico. Había dedicado mucho tiempo a meditar su decisión y al fin sabía qué hacer.

La plataforma de carga se acopló al suelo con un golpe y Armand se dirigió al centro del hangar. Los cuatro humanos venidos del páramo le esperaban llenos de curiosidad, avanzaba hacia ellos pulcramente vestido y peinado como siempre y cargaba con dos bolsas de tela. Les miró nervioso y tragó saliva, le tranquilizó un poco pensar en la pistola de plasma bajo su bata blanca.

- Perdonad por el tiempo que os he tenido aquí abajo.
- Todo está bien – Sofía habló amablemente a aquél hombre que les había dado semanas de confort y comida abundante – todos estamos… mejor que bien – sonrió, todo lo contrario a su cuñado Ryo, de pie junto a ella.
- Si si, perdonado. ¿Qué va a pasar ahora? – el cuchillo que había fabricado con aquel plástico estaba oculto en su manga y se lo clavaría a Armand en el cuello de no ser por las mujeres allí presentes.
- Ahora os iréis – lanzó las bolsas de tela delante de la familia, dentro estaban sus armas y provisiones – habéis estado seguros un tiempo y mis recursos no son infinitos, así que ahora os iréis – su tono frio y maquinal chocó a Kira que siempre fantasiosa pensaba que aquel benefactor misterioso sería distinto.
- ¿Por qué no nos quedamos aquí abajo? – nunca había visto a su madre y su tío tan tranquilos y felices y no quería perderlo – Por favor, deja que nos quedemos, no te molestaremos nada y… y buscaremos más comida y agua para nosotros – hablaba rápida y atropelladamente, ni sabía lo que decía.
- ¡Kira! – Sofía la reprendió aunque Kira estaba robándole las palabras de la boca, no se le escapaba el bien que aquel lugar había hecho a su familia.
- No necesitamos nada de este tío, vámonos de aquí – Ryo abrió las bolsas y al ver el contenido su cara de sorpresa fue mayúscula.
- Si, te devuelvo tu pistola con munición adicional, así, si quieres, en vez de apuñalarme podrías dispararme por la espalda – la acusación hizo arder a Ryo y las miradas de los dos hombres chocaron un instante que pareció eterno, el gesto pétreo de Armand no cambió, aguantando el pulso con sus ojos medio cerrados, amenazante.

Por la fuerza del enfado y el orgullo herido Ryo cogió las armas para marcharse y dejó las provisiones a Kira y Sofía que las recogían con cara de resignación.

Menut, que en todo momento había estado enganchada a la pierna de su hermana se adelantó a curiosear en los inesperados regalos y reconoció algo… Sacó un sobrecito transparente dentro del que estaba inmortalizada su flor azul, la niña se rió divertida con esa risa sana de la inocencia, con el regalo en la mano se acercó corriendo a Armand. Volvió a ofrecérsela como lo hiciera la vez anterior.

- Es tuya – una sonrisa acudió a sus labios al ver la cara de Menut.
- ¡Tu-ya! – fue la primera palabra que la niña había pronunciado alguna vez, al menos que su familia hubiese oído, ellos no habían podido dedicarse a ella en ese sentido, la supervivencia siempre prevalecía sobre lo demás.

Armand sintió lagrimas brotar al recoger la flor.

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