Corro. Salto por una ventana rompiendo el cristal. Caída a plomo unos cuatro pisos. Antes de tocar el suelo despego en un vuelvo rápido y triunfante, una trayectoria preciosa.
Atravieso las tormentas con la respiración acelerada, abrumado por la emoción y la belleza. Bajo en picado, caigo desde las nubes y el indicador pasa de “hermoso” a “vertiginoso”.
Es una caída que se hace eterna. Decelero antes de tocar suelo y las nubes se abren. La luz me ciega mire a donde mire y avanzo sin saber a dónde.
No veo a la multitud que murmulla y me sigue, pero tengo la certeza de que debo huir de ellos. Su ansia por atraparme es agobiante y calienta la atmosfera a mi alrededor.
Recupero la vista y ya no estoy agobiado. Estoy solo en mitad de una marea humana, pero nadie parece verme. El impulso vuelve y unas alas invisibles me empujan hacia el cielo.
Ahora es el terreno el que hierve y se retuerce para atraparme, para impedir que me aleje, pero yo solo quiero irme. Volar y no volver.
domingo, 27 de marzo de 2011
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