miércoles, 27 de julio de 2011

Consunción



Fumo. Como casi todo lo hago sin demasiada convicción. El gris en el asfalto me habla, habla de realidad, de monotonía.

Yo busco más tonalidades, una paleta llena de matices. Pero mis palabras son insuficientes. Entre lo que quiero hacer y lo que hago hay rejas forjadas de intenciones que me ocultan como finalizar correctamente.

La naturaleza habla, haríamos bien en escucharla alguna vez. Yo le presto mi alma a cada oportunidad, a cambio me regala mis tan ansiados colores que no hallo en ninguna otra parte.

Desarrollo una nueva tarea. No tengo preparación y no sé cuánto duraré. Igual que cuando estoy borracho proyecto una imagen distinta, casi opuesta.

Apago el cigarro. ¿Nos consumíamos a la vez?

sábado, 23 de julio de 2011

Invierno 18



La calma precedente desapareció según la vibración proveniente de las estatuas aumentaba. Los aldeanos abandonaron su fascinación y la cambiaron por una furia asesina. En la plaza se desató el caos.

El caballo que parecía una salvación a la vista estaba siendo engullido por la avalancha humana y pronto Urlen y Dindan correrían la misma suerte, algo que aunque amenazador preocupaba al joven guerrero menos que los guardias a los que vio tensando sus arcos.

- ¡Muévete maldito loco! – tiró de Dindan para encumbrarse en el pedestal de las estatuas huyendo de la muchedumbre.
- El movimiento no nos salvará – respondió acompañándolo de una patada en la cara de una anciana que lanzaba sus manos buscando arañarle.
- ¡La charla tampoco! – alzó el escudo para detener dos flechas y resopló clavando la vista en su compañero.

Desde la posición elevada se defendían a patadas y golpes contra los habitantes de Arboleda que hervían en una rabia descontrolada, no parecían seres humanos, más una jauría, los ojos inyectados en sangre, las bocas llenas de espuma. Varios de ellos se colgaron del escudo y fueron atravesados por los proyectiles, eran demasiados y les arrebataron la defensa.

Dindan tuvo una idea recordando un truco del que aún disponía. Extrajo una cajita que sobresalió de la superficie del Canundrón. Tenía una manivela en una de sus caras, comenzó a darle vueltas y resultó que era lo que parecía, una caja de música. Un pequeño prodigio que reprodujo su canción y brilló levemente. Las flechas que iban hacia ellos se detuvieron en el aire y el brillo de la cajita se intensificó.

- ¡Anda! Esa no se la sabían – sonrió satisfecho, demasiado satisfecho.
- Gracias una vez más – Urlen siguió repartiendo mamporros y la vibración de su apoyo siguió in crescendo - ¿Qué hacemos ahora? – tuvo que gritar para resultar audible.
- Hay una interferencia donde debería haber una diferencia – el bardo sudaba dando vueltas a la manivela y parecía luchar mentalmente, hasta tal punto que la furiosa turba le capturó.
- Estamos perdidos – las flechas congeladas en el aire cayeron al suelo y Dindan fue tragado por la masa.
- ¡Destruye el veneno! – fue lo último que se pudo oír mientras lo arrastraban.

La espada familiar Olast refulgió con los escasos rayos de Sol que se filtraban entre las nubes. Defendió su posición mientras pensaba que aquella muerte honorable que soñaba sería solo una quimera y dándole vueltas a aquellas palabras vio entonces la fuente a escasa distancia y su caño, la serpiente. Las ninfas parecían sonreírle a él.

Liberando su brazo entre otros que lo apresaban, resistiendo como solo un Olast podía hacerlo, lanzó un último golpe para cercenar la cabeza de ofidio. El esfuerzo era considerable y sus numerosos atacantes le impedían alcanzar su objetivo, haciéndole lanzar estocadas al aire.

Atravesó a un hombre no mucho mayor que él mismo, quizá el más joven a su alrededor, sintió pena un instante que humedeció sus parpados y con un certero tajo destruyó el caño. El agua brotó con fuerza y la serpiente metálica se retorció al caer al suelo sangrando bronce.

Urlen sonrió al comprobar que todos se habían parado y su alegría duró lo mismo que la fruta madura tarde en alcanzar el suelo desde el árbol, lo mismo que tardó la última flecha en trazar una precisa trayectoria e impactar en su pecho.

Se tambaleó y miró los rostros gemelos de piedra negra contemplándole burlones. Después… sólo oscuridad.

viernes, 22 de julio de 2011



Ahora lo veo. Entiendo la causa última detrás de muchos interrogantes del pasado. Pero nada ha cambiado, sigo teniendo las mismas preguntas.

La duda sigue ahí, donde la dejé. Desde el momento en el que se fracturó la lógica en los cimientos de mi mundo. Cuando me heriste, cuando te mentí, cuando nos quisimos hasta odiarnos.

Ahora recorro los montes alejado de los caminos. No me cruzo con casi nadie. Los que se aventuran negocian bien lo que les sobra a cambio de desesperación. En época de rebajas me siento a contemplar, la apatía me devora.

Es el juego autonecrofágico lo que me repugna, no entender la subsistencia a partir de plástico y metal, de lo sintético. Aumentamos nuestra artificialidad y disfrutamos, aparentemente.

jueves, 21 de julio de 2011

A la puta calle



Los tremendos soplidos de la plataforma elevadora al soltar presión anunciaron que iba a bajar. El hangar había estado tranquilo unos días con su familia huésped en una agradable monotonía, comían, bebían y dormían, era casi el paraíso. Incluso a Ryo (que no lo confesaría a nadie) había empezado a gustarle.

Armand siempre cauto les bajaba las provisiones en una cesta atada a una cuerda, quería tenerles bien atendidos pero se fiaba poco de estar cerca de Ryo y su cuchillo de plástico. Había dedicado mucho tiempo a meditar su decisión y al fin sabía qué hacer.

La plataforma de carga se acopló al suelo con un golpe y Armand se dirigió al centro del hangar. Los cuatro humanos venidos del páramo le esperaban llenos de curiosidad, avanzaba hacia ellos pulcramente vestido y peinado como siempre y cargaba con dos bolsas de tela. Les miró nervioso y tragó saliva, le tranquilizó un poco pensar en la pistola de plasma bajo su bata blanca.

- Perdonad por el tiempo que os he tenido aquí abajo.
- Todo está bien – Sofía habló amablemente a aquél hombre que les había dado semanas de confort y comida abundante – todos estamos… mejor que bien – sonrió, todo lo contrario a su cuñado Ryo, de pie junto a ella.
- Si si, perdonado. ¿Qué va a pasar ahora? – el cuchillo que había fabricado con aquel plástico estaba oculto en su manga y se lo clavaría a Armand en el cuello de no ser por las mujeres allí presentes.
- Ahora os iréis – lanzó las bolsas de tela delante de la familia, dentro estaban sus armas y provisiones – habéis estado seguros un tiempo y mis recursos no son infinitos, así que ahora os iréis – su tono frio y maquinal chocó a Kira que siempre fantasiosa pensaba que aquel benefactor misterioso sería distinto.
- ¿Por qué no nos quedamos aquí abajo? – nunca había visto a su madre y su tío tan tranquilos y felices y no quería perderlo – Por favor, deja que nos quedemos, no te molestaremos nada y… y buscaremos más comida y agua para nosotros – hablaba rápida y atropelladamente, ni sabía lo que decía.
- ¡Kira! – Sofía la reprendió aunque Kira estaba robándole las palabras de la boca, no se le escapaba el bien que aquel lugar había hecho a su familia.
- No necesitamos nada de este tío, vámonos de aquí – Ryo abrió las bolsas y al ver el contenido su cara de sorpresa fue mayúscula.
- Si, te devuelvo tu pistola con munición adicional, así, si quieres, en vez de apuñalarme podrías dispararme por la espalda – la acusación hizo arder a Ryo y las miradas de los dos hombres chocaron un instante que pareció eterno, el gesto pétreo de Armand no cambió, aguantando el pulso con sus ojos medio cerrados, amenazante.

Por la fuerza del enfado y el orgullo herido Ryo cogió las armas para marcharse y dejó las provisiones a Kira y Sofía que las recogían con cara de resignación.

Menut, que en todo momento había estado enganchada a la pierna de su hermana se adelantó a curiosear en los inesperados regalos y reconoció algo… Sacó un sobrecito transparente dentro del que estaba inmortalizada su flor azul, la niña se rió divertida con esa risa sana de la inocencia, con el regalo en la mano se acercó corriendo a Armand. Volvió a ofrecérsela como lo hiciera la vez anterior.

- Es tuya – una sonrisa acudió a sus labios al ver la cara de Menut.
- ¡Tu-ya! – fue la primera palabra que la niña había pronunciado alguna vez, al menos que su familia hubiese oído, ellos no habían podido dedicarse a ella en ese sentido, la supervivencia siempre prevalecía sobre lo demás.

Armand sintió lagrimas brotar al recoger la flor.

lunes, 11 de julio de 2011

Invierno 17



Una plaza abarrotada recibió a los dos fugitivos que huían de la sala de justicia envueltos en místicos ritmos. Los aldeanos se detenían y cerraban los ojos para sentir la melodía, cuantos más se acercaban a averiguar la causa del tumulto más caían en el mismo trance.

Avanzaban entre la marea de gentes envejecidas y Urlen volvió a sentir un velo de irrealidad que cubría todo a su alrededor, le pareció que se movía entre espectros. Intentaban llegar a un caballo atado junto a lo que iba a ser escenario de su ahorcamiento, pertenecía a un guardia y esperaba debidamente ensillado.

Mientras Dindan buceaba en su concentraciónsu compañero le guiaba y les abría paso cuidadosamente. Estaban muy cerca del caballo, de una salida, Urlen casi podía notar el tacto del cuero en la punta de sus dedos.

Hubo un fogonazo de tal intensidad que cegó a todos los presentes, la música cesó.

A tan solo unos metros de nuestra pareja se reveló abrumadora una singular fuente. Todos la miraron sorprendidos por su aparición, el efecto se prolongó unos instantes en los que Urlen no había detenido su impulso de huida.

El músico volvió a lo suyo, sin embargo en esta ocasión el Canundrón no produjo música, tan solo un sonido a mecanismos atascados y un ruido como de cencerro aplastado. La fuente reaccionó de forma inesperada al intento de Dindan de accionar su mágico instrumento, vibró igual que un diapasón gigante, sacudiendo el aire mismo. El musgo y las plantas se desprendieron de la piedra y lo que les había parecido un arbusto moldeado magistralmente reveló su forma verdadera.

Bajo el verdor aparecieron dos estatuas gemelas tan bien realizadas que en toda la región no podría haber otras que les hicieran sombra. Eran dos ninfas en una pose simétrica, con los brazos extendidos hacia delante sujetaban un báculo que servía como caño para el agua y eje de la escena, miraban orgullosas con amplias sonrisas hacia delante, ofreciendo el chorro fresco y vivo a la pila donde caía describiendo un arco.

La fuente estaba tallada enteramente de un bloque de piedra negra volcánica haciéndola más rara si cabía, una parte era metálica, el bastón que sostenían las bellas hadas en cueros. El caño dorado culminaba en una cabeza serpentina con las fauces abiertas mostrando unos colmillos espeluznantes.

Urlen se fijó en un labriego próximo que le observaba cada vez más despierto y acercándose a donde se encontraban, así que le machacó la cara con el puño.

- ¿Qué está pasando? ¿Por qué la caja no suena?
- Estamos seriamente jodidos bárbaro cabeza hueca – el Canundrón seguía sin sonar y Dindan contempló la fuente con seriedad, un gesto que su compañero no podía ubicar en esa cara.

sábado, 9 de julio de 2011

73

Los gritos rasgan el aire llegando hasta la cúpula del cielo, el aire se llena del olor del miedo y la muerte. No hay monstruos de fantasía caminando por las calles, solo el horrendo dios de la realidad. Los cadáveres se apilan, los animales rapiñan las miserias de la civilización, deformes, contaminados.

El gran hombre y sus iguales ríen en colmenas que no saben fueron construidas a su alrededor antes de que su especie fuera tal. Ignoran los gritos, aunque pueden oírse claramente llenando cada milímetro del espacio y continúan cenando sin modales, las salsas y las grasas de la comida manchando sus ricas ropas, sin importarles el repugnante olor de los cadáveres apilados sobre los muros de la mansión.

¿Lugar? Muchos en este mundo. ¿Tiempo? Ahora mismo.

En las entrañas de la Tierra, en su palacio de metal y carne, infierno dirían algunos,
los males de la humanidad se ríen, la risa, como el llanto, no significan nada para ellos, pero se ríen. Y podría ser que fuesen reales o podrían ser solo nuestros propios demonios, los peores, nosotros mismos.