lunes, 11 de julio de 2011

Invierno 17



Una plaza abarrotada recibió a los dos fugitivos que huían de la sala de justicia envueltos en místicos ritmos. Los aldeanos se detenían y cerraban los ojos para sentir la melodía, cuantos más se acercaban a averiguar la causa del tumulto más caían en el mismo trance.

Avanzaban entre la marea de gentes envejecidas y Urlen volvió a sentir un velo de irrealidad que cubría todo a su alrededor, le pareció que se movía entre espectros. Intentaban llegar a un caballo atado junto a lo que iba a ser escenario de su ahorcamiento, pertenecía a un guardia y esperaba debidamente ensillado.

Mientras Dindan buceaba en su concentraciónsu compañero le guiaba y les abría paso cuidadosamente. Estaban muy cerca del caballo, de una salida, Urlen casi podía notar el tacto del cuero en la punta de sus dedos.

Hubo un fogonazo de tal intensidad que cegó a todos los presentes, la música cesó.

A tan solo unos metros de nuestra pareja se reveló abrumadora una singular fuente. Todos la miraron sorprendidos por su aparición, el efecto se prolongó unos instantes en los que Urlen no había detenido su impulso de huida.

El músico volvió a lo suyo, sin embargo en esta ocasión el Canundrón no produjo música, tan solo un sonido a mecanismos atascados y un ruido como de cencerro aplastado. La fuente reaccionó de forma inesperada al intento de Dindan de accionar su mágico instrumento, vibró igual que un diapasón gigante, sacudiendo el aire mismo. El musgo y las plantas se desprendieron de la piedra y lo que les había parecido un arbusto moldeado magistralmente reveló su forma verdadera.

Bajo el verdor aparecieron dos estatuas gemelas tan bien realizadas que en toda la región no podría haber otras que les hicieran sombra. Eran dos ninfas en una pose simétrica, con los brazos extendidos hacia delante sujetaban un báculo que servía como caño para el agua y eje de la escena, miraban orgullosas con amplias sonrisas hacia delante, ofreciendo el chorro fresco y vivo a la pila donde caía describiendo un arco.

La fuente estaba tallada enteramente de un bloque de piedra negra volcánica haciéndola más rara si cabía, una parte era metálica, el bastón que sostenían las bellas hadas en cueros. El caño dorado culminaba en una cabeza serpentina con las fauces abiertas mostrando unos colmillos espeluznantes.

Urlen se fijó en un labriego próximo que le observaba cada vez más despierto y acercándose a donde se encontraban, así que le machacó la cara con el puño.

- ¿Qué está pasando? ¿Por qué la caja no suena?
- Estamos seriamente jodidos bárbaro cabeza hueca – el Canundrón seguía sin sonar y Dindan contempló la fuente con seriedad, un gesto que su compañero no podía ubicar en esa cara.

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