viernes, 8 de abril de 2011

¡Crack!



Las tuercas crujían a medida que Armand las apretaba. Entre los cacharros militares que su padre había acumulado después de la guerra algunos funcionaban y podían ser muy útiles en el mundo que había fuera de aquellos seguros muros.

Todo dependía del uso que su trastornado dueño quisiera darles. En aquella situación particular estaba exagerando un poco.

El panel frontal de la armadura de combate estaba abierto y dejaba al descubierto un cubículo que recordaba a la cabina de un tanque, ajustada para un solo tripulante. Los cuadros de mandos resplandecían repletos de botones de colores, en algunos la iluminación fallaba, pero en líneas generales aquel tanque unipersonal estaba intacto.

Al otro lado del grueso portón de acero reforzado había una familia. Un hombre y tres mujeres, una de ellas una niña. Las cámaras mostraban la imagen de las cuatro personas que se habían refugiado frente a la entrada inferior de la casa. Los chalets adosados que podían verse desde la distancia estaban muchos metros alejados del terreno circundante, elevados entre vigas retorcidas, asfalto pulverizado y toneladas de restos del viejo mundo.

Ryo era un hombre que había visto mucho y lógicamente sabía buscarse la vida. Descubrió rápidamente el acceso inferior al refugio, una cueva hábilmente oculta bajo la maraña de acero y cables. Descubrir cómo abrir el portón… era otra cosa.

Se habían alojado allí atraídos por la sensación de seguridad extraída de lo que las chicas les habían contado (algo que Armand imaginaba iba a pasar) y también por curiosidad, pero su cantidad de alimentos no les permitiría curiosear mucho más.

- Ryo. – la voz de Sofía no podía esconder el cansancio.
- Dime. – el hombre prestaba poca atención mientras intentaba desmontar un teclado con un cuchillo.
- El agua se acabará si no vamos a buscar más.
- Lo sé – se volvió y la miró directamente – aquí dentro podría haber agua, incluso una de esas máquinas de agua. ¿Puedes imaginarlo? – sonrió emocionado y febril.
- Podría no haber nada – observó a sus hijas que jugaban a escasos metros y de nuevo el portón – o peor, carroñeros con armas sedientos de sangre.
- Yo me ocupare de ellos. – siguió con el teclado.
- ¿Cómo? No puedes enfrentarte a todos – le arrebató la pistola del cinturón - ¿Con una pistola piensas defendernos de rifles de asalto?
- ¡Sofía! – recuperó el arma con brusquedad – Ya vale. – las chicas se habían callado – Vas a asustarlas. – susurró.

Rompiendo el silencio y casi los tímpanos de los presentes, la puerta se abrió. Los cuatro se taparon instintivamente los oídos. Sus caras de sorpresa fueron igualmente acordes cuando la lámina de acero terminó de esconderse en el techo con aquel chirrido colosal.

No hay comentarios:

Publicar un comentario