Mostrando entradas con la etiqueta Madrid. Mostrar todas las entradas
Mostrando entradas con la etiqueta Madrid. Mostrar todas las entradas

jueves, 17 de junio de 2010

Madrid IV



Siempre hay una pareja besándose y otra discutiendo, gente mirando lascivamente a otra. Siempre hay alguien durmiendo en un banco. Siempre hay dos amigos paseando que no se dicen claramente lo que sienten, por puro e inocente que sea. Siempre hay alguien disfrutando y alguien jodido. Siempre hay tráfico en movimiento y prisa impregnada en el aire. Siempre hay un semáforo con peatones que lo cruzan. A veces si te fijas, una ventana está abierta en un edificio con muchas parecidas. Siempre hay dinero en movimiento. Siempre hay sopor encerrado consumiéndose lentamente. Siempre hay niños en un parque. Siempre hay humo. Siempre hay anuncios. Siempre hay noches con búhos y gente dentro que se deprime al ver algo. A veces es un día de suerte. Siempre hay luz…y polvo en alguna parte y oscuridad. Siempre y nunca.

miércoles, 2 de junio de 2010

Madrid III



Es sábado por la noche, un crisol multicolor es el collage en que se convierten las calles, lobos solitarios, bellos rebaños de ovejas, vampiros en cuadrilla, cabrones resabiados, todos montados en el tren de la adrenalina nocturna.

Todo parece ingenua e inocente alegría, pero en algunos rincones se enquista la decadencia y la perversión. Como respondiendo al olor de esto ultimo coches de la policía nacional encienden sus sirenas y atraviesan las arterias a toda velocidad y con toda probabilidad equivocados de dirección.

Unos cuantos cuya inteligencia y prudencia están en equilibrio salen directos de los bares a sus coches y luego a un nuevo bar.

La avalancha de gente no se detiene un segundo, un local de moda se vacía y otro se llena, la artificial alegría de la ebriedad nocturna llena muchos espíritus, se forman vínculos para acabarse a continuación, las reglas se olvidan o se permite romperlas temporalmente, un desorden no desbordante ronda las calles, el calor aumenta.

Risas resuenan escandalosamente al rebotar contra fachadas y suelos, chicas preciosas cuidadosamente maquilladas y bronceadas equivocan sus prioridades, un chaval que las mira deseoso se da cuenta de lo injusto de su existencia y decide irse a casa en ese momento. La totalidad de incidentes en tan corto espacio de tiempo hace detenerse el mundo, los relojes no avanzan en apariencia y solo el clarear del cielo amenaza romper el encantamiento.

El tono cambia de índigo a celeste y la fiesta se acaba para casi todos, el Sol aparece y cariñosamente acaricia las azoteas y cúpulas de muchos edificios, algunos antiguos y de función olvidada, pero de contradictoria belleza que aspira a la eternidad.

martes, 11 de mayo de 2010

Madrid II



Camino cerca de Bilbao y entro al metro, mi propia prisa me empuja pero algunos de los otros pasajeros también. Tengo que hacer transbordo en Sol, me abro paso entre los turistas y los que sencillamente no entienden que otros tienen que llegar a alguna parte y ellos con su actitud despreocupada del resto de la humanidad cabrean a quienes tienen poca paciencia –como yo- y cosas que hacer.

Justo me dirijo a las escaleras que dan al andén de mí línea y una vendedora ciega de cupones de lotería hace gestos al aire y grita:

- ¡Oye! – no estoy seguro de que sea a mí (hay más gente alrededor), pero respondo.
- ¿Si? – agita ante mí cara un billete de diez euros que tiene en la mano.
- ¿Es bueno? – pregunta apremiante.
- Si… yo diría que si – ni pensaba en tener ese tono de duda en mi voz, pero me salió.
- Vale, gracias – me despachó en un segundo.

Subo a un vagón gobernado por el aburrimiento, muchos rostros de mirada esquiva parecen aguardar por algo más que la llegada de su destino. La atmosfera cargante se rompe cuando un grupo de colegialas con faldas a cuadros invade un cuarto del espacio. Aunque solo hablan de chorradas, veo su inocencia y juventud de espíritu y me ataca la melancolía.

Salgo a la superficie y entro en una oficina, espero mi turno con ilusión y escepticismo. Paso a un despacho con un trajeado tras una mesa, todo en ella esta perfectamente ordenado, como el peinado de mi entrevistador.

Me vende el fantástico trabajo que tiene para mí, ofertando a potenciales clientes un producto revolucionario, el novísimo “Ionizador aéreo”, que por expansión de iones en el aire domestico purifica y esteriliza el ambiente en el hogar. Le pregunto cuanto cuesta el cacharro y el me responde que semejante maravilla tecnológica cuesta sólo quinientos euros, de los que me tocaran enteramente cincuenta, pero en caso de que vendiera más de diez mi jugosa comisión ascendería a setenta euros.

Me dice que normalmente el proceso de selección es más largo pero mi actitud y presencia le convencen de que valdré para esto, así que me cita para ir al día siguiente con un supervisor a hacer mis primeras ventas y ver qué me parece. Estrecho su mano sonriendo y le despido hasta mañana mientras mentalmente me juro cortarme los genitales con unas tijeras de podar si vuelvo a verme en una situación parecida.

Llego hasta mi coche con un agobio familiar, estrés de ciudad. En el tráfico me muevo con la misma sensación de estupidez global a mí alrededor, todos aborregados y con atención omisa a las normas de conducción –que no es que me gusten mucho- que ayudarían al menos a moverme más ágil entre ellos. Dos que no parecen tener mi aguante aceleran y sobrepasan rápida y peligrosamente las concentraciones de vehículos, tampoco esos imbéciles me hacen demasiada gracia, incluso menos que los borregos.

Estoy parado en un semáforo y se me acerca un hombre casi anciano y un poco regordete, balbucea algo, pero no entiendo nada y tengo que bajar el volumen de la radio.

- ¿Perdone?
- Que…mmmm…tengo sangre, mira – señala a su pierna y veo manchas en su pantalón de sangre y pus resecas.
- ¡Ostias! ¿Quiere que le lleve a un hospital? – mi ofrecimiento es sincero, pensando en algo grave.
- No…-dice con un tono lastimero- mmm…dame un euro o algo…mmm –el recuerdo de mi bolsillo con unas pocas monedas rojizas de escaso valor se me hace visible.
- No tengo un duro –lo digo con convencimiento que él debe interpretar como una brusca negativa.

El viejo se aparta de mi coche y repite su ritual en la siguiente ventanilla. El semáforo cambia a verde, acelero para alejarme de allí. Puto dinero.

sábado, 8 de mayo de 2010

Madrid I



En uno de sus dorados atardeceres hay un atasco en alguna de sus perennes obras, los coches alternan estar parados y moverse máximo cinco metros, con el polvo y trabajadores inmigrantes que doblan turno como escenario.

Algo inapreciable en mitad del embotellamiento hace que aparezca un movimiento lento pero constante –probablemente algunos desesperados por llegar tarde sencillamente se han esfumado-. En la actividad parecida a una procesión de hormigas aparece un gigante crujiente. Ruidoso y polvoriento un camión se une a la comitiva. Hay algo majestuoso en su forma de integrar el caos en la ordenada marcha, de tal manera que activa aún más el recién adquirido ritmo. El movimiento a su alrededor asemeja una batalla con un frente roto por la entrada de un poderoso contingente enemigo.

Las turbulencias del viento arrastran un manto marronáceo sobre la escena, podrían darse en algún desierto, aunque en este –el de la civilización- hay menos vida natural.

Son las seis de la mañana, todo se agita, muchos se apretujan en las paradas de autobús o las estaciones de metro, son los que empiezan el día, en dirección contraria los que lo terminan, como si quisieran hacer rotar la Tierra contrasentido.

Muchas luces se encienden y más vehículos se unen al tráfico, que nunca acaba. Los perezosos corren para no llegar tarde y los madrugadores llegan a las cafeterías justo antes de entrar a trabajar. Nada parece casual, todo está orquestado por la cotidianidad y muchos no sabrían decir en que día de la semana se encuentran.

En esta rutina unos heraldos de la anormalidad colisionan con su coche contra un poste que anuncia –miente- crema anti-celulítica, se dan prisa en moverse del lugar, pero su tartana esta jodida y unos policías locales ven su particular rutina también ponerse en marcha.

La máquina chirría y emite sonidos lastimeros, casi de agonía, desde las alturas es un corazón gris, metálico, maloliente y lleno de tensiones, vivo, pero máquina al fin y al cabo. Algunas células muertas son reemplazadas, las nuevas aún no han engrisecido, pero lo harán, los hombres parecen –parecemos- nanobots de un complejo sistema, reparando pequeñas fisuras en el órgano, para evitar el colapso, con esa idea siempre en mente, aunque ya nadie tiene recuerdos claros del ultimo infarto, salvo algunas células que pronto serán reemplazadas.

En un parque se celebran las fiestas de un barrio, se forman parejas y otras se rompen, bailando entre el exceso y el deleite algunos no encuentran su lugar, como no lo harán nunca, contemplan la vida. Dos adolescentes melancólicos, algo ebrios, charlan sobre su incapacidad para afrontar la realidad, por instantes de inestimable valor se sienten libres, aliviados por su tan familiar acomodo al encarcelamiento cotidiano.