jueves, 17 de junio de 2010

Invierno 8



Todo alrededor de Urlen se agitó, las rocas se resquebrajaban y el suelo vibraba como lo haría bajo una estampida de enormes bestias.

Dindan se alzaba ahora flotando en el aire mientras reía y golpeaba los mecanismos del Canundrón más enloquecido de lo normal. Relámpagos y rayos multicolor salían del instrumento y causaban destrucción allá donde golpeaban.

El impulso del joven guerrero era huir, pero el miedo paralizaba sus piernas, una angustia indescriptible amenazaba con cortar su respiración y entonces… abrió los ojos.

Nunca había tenido una pesadilla así que Urlen estaba nervioso como mínimo. Su frente estaba perlada de sudor pese a la baja temperatura. Frente a él Dindan dormía plácidamente. Con una sonrisa en la boca ronroneaba y hacía ruidos propios de un animal satisfecho.

Seguían en un campamento improvisado de camino a Arboleda, la única población de la zona y lugar de origen del músico loco.

La perspectiva de acercarse a la civilización –juntos además- no hacía felices a ninguno de los dos viajeros, pero se lo escondían el uno al otro debido quizá a que la necesidad de asociarse era tan patente en los últimos días como su desconfianza mutua. Habían acelerado su descenso por aquel valle alentados por los lobos que les seguían hacía poco y que se encontraban envalentonados por la mejoría del tiempo.

Al acordarse de ellos Urlen tuvo un escalofrío y se arrebujó en sus mantas, poniendo atención a los sonidos tras el viento.

Dindan soñaba con un pastel enorme.

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