sábado, 8 de mayo de 2010

Madrid I



En uno de sus dorados atardeceres hay un atasco en alguna de sus perennes obras, los coches alternan estar parados y moverse máximo cinco metros, con el polvo y trabajadores inmigrantes que doblan turno como escenario.

Algo inapreciable en mitad del embotellamiento hace que aparezca un movimiento lento pero constante –probablemente algunos desesperados por llegar tarde sencillamente se han esfumado-. En la actividad parecida a una procesión de hormigas aparece un gigante crujiente. Ruidoso y polvoriento un camión se une a la comitiva. Hay algo majestuoso en su forma de integrar el caos en la ordenada marcha, de tal manera que activa aún más el recién adquirido ritmo. El movimiento a su alrededor asemeja una batalla con un frente roto por la entrada de un poderoso contingente enemigo.

Las turbulencias del viento arrastran un manto marronáceo sobre la escena, podrían darse en algún desierto, aunque en este –el de la civilización- hay menos vida natural.

Son las seis de la mañana, todo se agita, muchos se apretujan en las paradas de autobús o las estaciones de metro, son los que empiezan el día, en dirección contraria los que lo terminan, como si quisieran hacer rotar la Tierra contrasentido.

Muchas luces se encienden y más vehículos se unen al tráfico, que nunca acaba. Los perezosos corren para no llegar tarde y los madrugadores llegan a las cafeterías justo antes de entrar a trabajar. Nada parece casual, todo está orquestado por la cotidianidad y muchos no sabrían decir en que día de la semana se encuentran.

En esta rutina unos heraldos de la anormalidad colisionan con su coche contra un poste que anuncia –miente- crema anti-celulítica, se dan prisa en moverse del lugar, pero su tartana esta jodida y unos policías locales ven su particular rutina también ponerse en marcha.

La máquina chirría y emite sonidos lastimeros, casi de agonía, desde las alturas es un corazón gris, metálico, maloliente y lleno de tensiones, vivo, pero máquina al fin y al cabo. Algunas células muertas son reemplazadas, las nuevas aún no han engrisecido, pero lo harán, los hombres parecen –parecemos- nanobots de un complejo sistema, reparando pequeñas fisuras en el órgano, para evitar el colapso, con esa idea siempre en mente, aunque ya nadie tiene recuerdos claros del ultimo infarto, salvo algunas células que pronto serán reemplazadas.

En un parque se celebran las fiestas de un barrio, se forman parejas y otras se rompen, bailando entre el exceso y el deleite algunos no encuentran su lugar, como no lo harán nunca, contemplan la vida. Dos adolescentes melancólicos, algo ebrios, charlan sobre su incapacidad para afrontar la realidad, por instantes de inestimable valor se sienten libres, aliviados por su tan familiar acomodo al encarcelamiento cotidiano.

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