viernes, 15 de octubre de 2010

Perfección transparente



Te lo digo en serio, ya casi ni me acuerdo. Pero te contare mi historia, no tengo nada mejor que hacer.

Hace unos años empecé a experimentar con el ácido, abría mi mente a nuevas dimensiones, llenas de belleza. Pasaba los días entre vapores plásticos y mis noches eran un festival de colores con sabor y sonidos calientes o fríos.

Una de esas noches vi a una chica, su rostro perfecto sobresalía entre los demás y su imagen se me grabo a fuego en la memoria. Al día siguiente ya estaba obsesionado.

Fui a buscarla y no me fue difícil convencerla de que me interesaba su interior, siempre se me dio bien mentir. La llevé a mi casa, donde me confesó que buscaba un amor perdurable, sabía que la belleza no le duraría siempre. En mi estado alucinado me espantó la idea, así que apreté su cuello hasta asfixiarla y arrastrado por la obsesión la llevé a mi trabajo.

Estar tumbada desnuda y la luz de los fluorescentes le daba un aura artificial que me maravilló. Sin dudarlo la bañe en metacrilato, decidido a preservarla eternamente bella y perfecta.

La trasladé al sótano y bajaba a verla cada día, observando sus preciosos rasgos, mi Mona Lisa particular.

Pero la obsesión no desapareció.

Mis viajes a lomos del caballo lisérgico solo acrecentaron mi fijación por la belleza inmutable y algunas voces en mi cabeza me animaban a ampliar el museo.

Poco tiempo después ya era algo metódico: observar, cazar, preservar. La colección alcanzó las nueve integrantes. Podía pasarme horas mirándolas, respirando el aire alrededor de sus perfectos envoltorios eternos.

Los periódicos ya hablaban de un “enfermo”, un “animal sanguinario”, pero yo no buscaba sangre ni muerte, solo contradecir la realidad.



Recorrí la ciudad retorciéndome de insatisfacción, sin saber el qué saciaría mi hambre. Entonces la encontré, un rostro delicado y joven, que despertó las sensaciones de la primera vez.

Estaba allí macerando mi ácido estado, visionando el alivio definitivo, una chica de diez, genial ironía para completar mi decena, cuando advertí que un hombre me escrutaba. Comenzó a acercarse de manera inquietante, muy sereno.

Su expresión no decía nada, pero su forma de caminar, certera, sin pausa, testimoniaba su seguridad. Era un depredador, igual que yo.

- Hola – sus palabras sonaban claras a través de la música estridente y las luces de colores.
- Hola.
- Debes parar.
- No entiendo…
- Si, lo entiendes. No puedes intentar romper la ilusión del tiempo o tendrá... consecuencias – sus ojos oscuros se agitaron.
- ¿Qué consecuencias?
- Llamaras la atención, ya lo estas haciendo. Ni yo ni otros queremos que esta parte de la ciudad vuelva a ser tan interesante.
- Si no apoyáis mi búsqueda de la belleza es que no compartimos objetivos – no se qué sinceridad me impulsó a decir esto.
- Ya lo comprenderás cuando sea demasiado tarde - sentenció sombrío.

Se volvió, desapareciendo entre la multitud con la misma decisión que la atravesó la primera vez, se deslizó de vuelta a las sombras como si estuviera hecho de ellas.

Desoí su consejo y aceché a aquel ángel terrenal dos días completos, sin acudir siquiera al trabajo, arrastrado por una idea fija, espoleado por imágenes que solo una lamina de cristal podía conservar.



Mis manos se agarrotaban por la emoción mientras apretaba el paño empapado en cloroformo contra sus preciosos labios. El plástico de la vida eterna se derramó sobre su delicada silueta y la noche alargó para siempre su duración.

Ahora el sótano tenía una disposición similar a un templo, con mí última joya gobernando el centro como altar. Las amaba, era el único amor verdadero que podía sentirse, adoración.

Los golpes que imaginaba en mi cabeza resultaron estar más cerca. No dentro de mi cabeza, sino sobre ella, registraban la casa, buscándome.

Escapé, pero no sabía a donde. La ciudad parecía eterna y desconocida, salida de un sueño, amalgamada con otras, familiar y nunca vista a la vez.

Corrí por un borrón de callejones hasta llegar a mi trabajo. Siendo de noche estaba cerrado y me pareció un buen escondite. Contradiciendo mis pensamientos, esperándome allí, estaba un ser repugnante.

Debió ser un hombre, pero hacia mucho que no lo era. La piel había sido arrancada, dejando los músculos y los dientes amarillentos al aire, todo cubierto de costras secas. Su “ropa” eran tiras de cuero cosidas a su cuerpo desollado. Al mirarme directamente reconocí sus ojos.

- Te dije que pararas.

Me bendijo con algo que sabia que apreciaría, me emparedó para la eternidad bajo mi lugar de trabajo, pero me castigó sin sentidos, solo intermitencias breves de aquel lugar que ya conocía de sobra y era sucio y monótono. La lejanía de la belleza, de cualquiera, me atormentaría para siempre.

Ahora me conformo con contarle mi historia a otras almas atrapadas en este infierno de la realidad, a otros que ya perciben demasiado.

¿Oye? ¿Sigues ahí?

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