jueves, 8 de julio de 2010

Invierno 10



Había cabañas solitarias en puntos dispersos y sus habitantes al ver a los dos viajeros hacían poco o nada por encontrárselos o conocerlos.

Tras una breve ruta en dominios de leñadores las puertas de Arboleda se alzaban ante ellos. Nadie parecía patrullar la entrada, ningún soldado en las torretas.

Urlen contempló la fortificación y le confortó la idea de dormir tras la seguridad de unas murallas, tras días de vagar por tierras salvajes.

Las puertas se abrieron mientras se aproximaban y aparecieron arqueros en las torretas que les apuntaban al tiempo que lanzaban advertencias y les alentaban a deshacerse de cualquier arma que portasen. El orgullo guerrero del sureño le hizo llevar la mano a la empuñadura de su arma, idea que desechó al ver la comitiva de guardias armados que acudía desde el interior de la ciudad.

La expresión de Dindan, como en otras ocasiones se volvió sombría y abrió su instrumento, pero no paso nada, antes de que llegara a accionar alguno de sus mecanismos se lo arrebataron, a ambos les despojaron de su equipo y los maniataron.

Urlen había sufrido un pálpito de miedo al ver el gesto de su compañero, pero al quitarle los guardias el Canundrón fue como si un velo hubiera sido retirado de su vista y saliese de un sueño, viendo por primera vez a Dindan como lo que era, un triste hombrecillo, loco y patético, que sin su juguete lloriqueaba mientras lo apresaban.

Los arrastraron adentro y el joven caballero buscó refugio en el sarcasmo:

- ¿Amigos tuyos? – preguntó al bardo, que hipaba con cara de atontado.

No hay comentarios:

Publicar un comentario