jueves, 8 de julio de 2010

El verde




Kira estaba acostumbrándose a las nuevas habitaciones, curioso, nunca habían tenido, así que en realidad estaba encantada.

Su nuevo hogar era el edificio verde, un coloso casi derrotado en aquel paraje polvoriento. Había acogido a la nueva familia como lo hizo con oficinistas y científicos cuando tenía otros propósitos.

Ellos eran Sofía y sus hijas Kira y Menut, de diecinueve y seis años respectivamente, las protegía Ryo, cuñado de Sofía y tío de las niñas. Gracias a él las mujeres nunca necesitaron más protección de los hombres sin escrúpulos del páramo.

Según los adultos estarían más seguros lejos de las grandes ruinas, donde los desalmados se abastecían de lo que necesitaban como animales carroñeros. Vivir apartados, resguardados y seguros hacía que Sofía y Ryo pasaran casi todas las horas de luz lejos de casa buscando comida y agua. Dejaban a Menut al cuidado de Kira y esta se perdía en sus sueños.

La niña jugaba entre los escombros y saltaba de piedra en piedra, Kira estaba dibujando nubes en una pared con un trozo de tiza, un original cielo verde. Menut se cansó y se durmió sobre su hermana que contemplaba el páramo imaginando el antiguo mundo. Vehículos, grandes ciudades llenas de gente feliz, con agua al alcance de la mano, fruta a montones en los mercados, televisión, el sueño perfecto de la humanidad.

Vio entonces una calle y era inusual, porque solo las había visto en fotos y dibujos. Tres casas prácticamente idénticas y consecutivas se conservaban entre los restos de otras que fueron iguales y le devolvían la mirada. Era solo un pedazo del pasado y estaba aislado sobre una escombrera igual que todos los pedazos que había por allí.

Le gustaron aquellas casas guarnecidas entre chapas y esqueletos del mundo desaparecido, reforzaba su ensoñación. Acarició la cabeza de Menut metiéndole los dedos en la melena oscura y le susurró al oído.

- Un dia tendremos una casa así – besó su mejilla – y yo tendré un jardín con flores.

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