lunes, 10 de mayo de 2010

Invierno 6



- ¡Maldito idiota! Quedándote ahí en medio descubrirás nuestra posición desde muy lejos. Moriremos. ¿Entiendes eso?

Las palabras de Urlen no detuvieron al alocado músico, que completó su ritual. Las primeras notas sonaron entonces, pero no tenían nada en común con la última vez que el caballero había visto el Canundrón en funcionamiento.

La música que siguió era hermosa, tan bella que uno podía quedar extasiado como el infeliz animal del día anterior solo por su belleza, pero el joven sureño no sintió nada extraño, solo una emoción que no había conocido antes, porque nunca había oído una buena melodía, no digamos ya algo de una belleza que se aproximase a la que estaba presenciando.

Los tres caballos y sus jinetes aparecieron desmigajando el suelo a su paso, rápidos y feroces, el brillo de sus armas desenvainadas era visible desde la distancia, sus intenciones, evidentes.

Una vibración empezó a tamborilear el suelo y este a su vez se deslizó sutilmente, al principio los asaltantes no lo notaron, segundos después ya no podían escapar, un pequeño alud, controlado con una invisible mano gigante, arrastraba animales y personas hacia Dindan. Al llegar a él se detuvo, a la par que la música y las luces del Canundrón. Los tres hombres se levantaron.

- Eh… - gruñó el más grande, que lucía una cicatriz en la mejilla y actitud de líder - ¿Tu quién eres? ¿Dónde está el metal que transportabas? Lo hemos visto brillar en la distancia y parecía plata, desentiérrala o te mataré más despacio de lo previsto.

- Siempre he dicho que los montañeses sois idiotas.

- Eres muy valiente para ser un hombre muerto.

- ¿Muerto? ¿Lo ves? Te dije que estamos muertos – el bandido frunció el ceño y lo tomó la frase dirigida a un tercero por uno más de los gestos nerviosos del hombrecillo extraño.

- Deberías ser razonable y darnos la plata, no me interesan tus historias, te cortare despacio si no gano algo de dinero hoy.

- Esto que tengo aquí vale dinero – alargó la mano mostrando la caja de madera oscura cubierta de cristales coloridos, que a su ignorante antagonista le parecieron gemas, pequeñas, pero gemas.

- Pues dánoslo, o te lo arrancaremos de las manos, después de arrancártelas también – miro a sus compinches y los tres rieron sintiéndose fuertes e intimidantes.

- Tened…

La música volvió, era rápida y acompasada, bella pero triste, los hombres ya no se reían.

- Rolf – uno de los esbirros del líder le toco el hombro con mano temblorosa – creo que es el loco de Arboleda, dicen que desapareció en la montaña, en la caverna verde…

Entonces Rolf (que así se llamaba aquel infeliz), comprendió que todo iba a salir mal, no iba a ganar dinero y no iba a cortar a nadie ese día. Tragó saliva y sus dos compañeros simplemente comenzaron a desangrarse por cada orificio de su cuerpo a toda velocidad, tanta como la que había adquirido aquel intenso tema.

Dindan parecía a miles de kilómetros mientras sin parar golpeaba cuerdas, apretaba resortes y no apartaba la mirada de los dos cuerpos que se convertían en pulpa.

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