viernes, 15 de enero de 2010

Ayer




Duermo sobre la hierba. Oigo la vida a mi alrededor, precisa, bella en su sencillez. Abro los ojos, cálidos rayos de Sol atraviesan las hojas del árbol bajo el que estoy, proyectan matices verdes y dorados sobre mi silueta rodeada de naturaleza.

Vuelvo a despertar, la noche ha cerrado su manto sobre mí, los sonidos y los olores han cambiado. Miro las estrellas tumbado en un muro de piedra, que a su vez va a unirse a la imponente figura de un castillo. Estoy despierto, pero creo soñar. Desde unos chopos alineados cercanos los pájaros hablan entre ellos su peculiar lengua. Quizá hablan de nosotros.

Mis amigos están esperando el amanecer y me uno a ellos. No somos conscientes de lo irrepetible de ese instante de comunión, tampoco de la infantil alegría que nos embarga, pero en el fondo somos niños. Cuando el astro se muestra lo hace sosegadamente. Es un albor pálido, un espectáculo natural único para seres únicos.

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