domingo, 25 de noviembre de 2012

Mirar y Ver


Ya había pasado por todos esos estados: depresión, euforia, sentirse profundamente estúpido, seguro de sí mismo, loco. Y no eran ganas de reincidir sobre algo ya conocido, era la imposibilidad de dejar de hurgarse en el cerebro, una necesidad que no se puede explicar a otros.

Va a lugares conocidos. Repite las mismas tareas. Mantiene la rutina y la cordura unidas, sabiendo que ello es el estado natural de las cosas. Estaba enfermo de incomprensión, hacia si mismo y lo que le rodeaba. Contrastar el propio diagnóstico de la enfermedad no ayudaba, hay (y habrá) quienes aportan luz y quienes lo embarran todo.

Le conforta un poco la búsqueda, sentirse parcialmente comprendido. La irritación que puede producir a unos alguien así la supera el respeto por ese estado que despierta en otros.

Esta noche hemos acudido al mismo lugar conocido. Buscamos la seguridad de una cama de espino en un entorno revestido de cuchillas. Una mirada alrededor tranquiliza mucho, estamos casi solos. El ambiente se oscurece, nos oculta, quiere guarecernos. Acudo a por una nueva dosis y espero junto a él. Durante esa tensa espera es cuando nos vemos, aunque nos hayamos mirado cien veces antes.


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